Erotismo
El tanga
Cubría su sexo con unas braguitas tanga semitransparentes que yo veía por detrás y por delante gracias a la generosa acción duplicadora del espejo: por detrás, un cordón emergía exhausto de entre las nalgas dando testimonio de felicidad y esperanza. Por delante, un triangulito blanco aplastaba dulcemente contra su pubis un pequeño rodal de vello que a mis ojos se sugería difuminado y radiante, y que, como si de un vaporoso filtro de visillos y de encajes se tratase, prometía las delicias de un aposento delicado, luminoso y hospitalario. Por detrás, rodeando al cordón estaba su culo, al que se aproximaban mis capacidades con la misma fascinación que los primeros astrónomos se enfrentaban a los inescrutables secretos de una noche estrellada.
– ¿Sigo? –me preguntó, como una pieza más del artificio.
No sé si pude contestarle, solo que no me negué, porque se cogió el borde de la camiseta con las manos cruzadas y tiró de ella hacia arriba, llevándose por el camino a su etérea y ondulada melena, que cayó después como una cascada perezosa sobre sus hombros rectos y su espalda, surcada aún por las tiras de su sujetador. Mientras ella se ajustaba el pelo con los dedos abiertos, yo murmuré algo que no recuerdo y me pasé la mano por la frente.