La ciudad
Esta ciudad es triste porque el Novorm tiene unas aguas corrompidas, porque casi todos los edificios son iguales y porque los niños no juegan en los parques, pero lo es, sobre todo, porque no hay cantantes ni poetas. La Filosofía antigua creía que lo único provechoso era lo que servía para comer y reproducirse. En aplicación de esa teoría, exterminaron a los linces y llenaron el planeta de gallinas y de vacas; donde había bosques, levantaron fábricas y ciudades, y prohibieron la imaginación, el artificio y los sueños, que, según se decía, desconectan al hombre de la realidad, acaban en frustración y abocan a la desgracia. Un cantante no se podía comparar con un obrero, porque el cantante no producía nada y el obrero sí; un verso era algo vacuo y la línea de un boletín oficial un componente imprescindible. Como el mantenimiento de lo inútil detraía recursos de lo necesario, se entendió que debía vedarse, de la misma manera que inhibieron las ilusiones. Todo lo que no tuviera un manifiesto fin práctico era perseguido. Con lo bonito no se come, se decía. Por supuesto, subsistía por lo bajo esa tendencia natural de todo hombre y toda mujer hacía la satisfacción por lo hermoso, pero era una predisposición socialmente reprimida y las instituciones únicamente tenían en cuenta la funcionalidad a la hora de redactar sus proyectos. Y cuando digo funcionalidad, no incluyo a la belleza.
Sholombra no tenía edificios hermosos y la Arquitectura estaba empezando a considerarse un arte, aunque la única iniciativa corría a cargo de la inercia insensata del Estado, pero desde los balcones se veían sobresalir sobre los lejanísimos tejados de enfrente las cerchas metálicas y la cubierta transparente de la estación Central de ferrocarril, mientras que a la izquierda se divisaba una plaza desolada y gigantesca que servía de rotonda y a la derecha la perspectiva en fuga de la avenida, dos líneas paralelas de edificios iguales que seguían hasta un infinito roto varios kilómetros más abajo por la silueta de uno de los puentes colgantes más antiguos del Novorm.
Algunas indicaciones junto a las bocas del metro y grandes carteles de letras rectas en las graves fachadas guiaban a los administrados, cuyo ánimo se encogía nada más pisar las losas de granito que servían de pavimento a la plaza, pues lo desmedido y vacío del recinto parecían una premonición asfixiante del mudable leviatán que el administrado encontraría en cuanto cruzara una cualquiera de sus decenas de puertas iguales.
Un edificio rocoso, diseñado para templo de la burocracia y con vocación de hacer frente a las devastadoras leyes del tiempo, dependía ahora del celo de un furriel y un portero. El edificio era una alegoría del Estado: aparentemente incólume, pero podrido; soberbio y pretencioso, pero vacuo; ciclópeo y amenazador, pero exánime.