Es difícil convertir un crimen en un acto de bondad, pero es menos difícil justificarlo, lo que a fin de cuentas viene a ser parecido.
Para creerse un dios, pensé, lo único que hace falta es una legión de adoradores.
Los hombres buscamos en una mujer a todas las mujeres juntas porque solo en la suma de todas las mujeres está toda la perfección de la mujer. Como tener a todas las mujeres es tan imposible como tener a la mujer perfecta, deseamos a una mujer detrás de otra y buscamos en cada una de ellas lo que le falta a la otra o las deseamos a todas a la vez por la misma razón.
Uno no tiene por qué sentirse orgulloso de todo lo que hace ni debe aplicarse a sí mismo la dureza crítica que aplica a los demás, so pena de hundirse en la postración.
Quien siembra una semilla en el dolor de otro, tiene frutos gratis de por vida.
Para ser inmortal, primero hay que morirse.
La forma de morir, más que la de vivir, da la verdadera dimensión de la dignidad, por eso una vida indigna puede salvarse con una muerte heroica.
Esa seguridad de que nunca se llegaría a ejecutar la amenaza llamaba al cumplimiento de la amenaza.
Todo lo que puede ocurrir, ocurre, si hay tiempo suficiente para ello.
Yo advertía que mi discurso producía en sus defensas el efecto de las olas sobre las construcciones de arena, que mis deseos eran, en fin, como tropas que avanzan sin resistencia sobre un país vencido por un bombardeo de octavillas
El mayor de los criminales, el psicópata más despiadado, puede pasarse la vida sin cometer una fechoría si la maldad no ha tenido ocasión de materializarse en un acto.
Nada enamora más que el amor del otro. Podemos estar toda la vida relacionándonos con una persona y no sentir nada por ella y basta que sepamos que esa persona muestra interés por nosotros para que percibamos interés por ella.
Intimidad, ese atributo tan necesario siempre, incluso entre parejas perfectas, incluso entre madre e hijo, incluso entre el ser y el deber ser de uno mismo.
Sé que mi madre era consciente de ello y que sentía por mí una especie de amor canceroso que bien podía llamarse lástima.
Para que sigan agarrotando, las sentencias deben ser intuidas, pero no anunciadas.
El miedo al mal de los seres que queremos es distinto del miedo al mal propio, bien lo saben los chantajistas. Mientras este envenena y corrompe, aquel engrandece y dignifica
Si la belleza, desprovista de cualquier otro atributo, da un poder sin límite a quien la posee, más lo da a quien, poseyéndola, sabe manejarla en su provecho.
Tenía el afán de los exploradores y no podía resistirse a la llamada de lo desconocido.
Yo estaba enamorado y no veía defectos en las turbulencias de su corazón: todo lo negativo que ella sentía me parecía proporcionado y hermoso, como si su interior fuera un ecosistema en el que eran tan necesarios los lobos como los corderos, las serpientes como los pájaros.
Si hubiera podido, le habría revelado a Ania la verdad, pero la verdad era más dolorosa que la mentira y muchos menos efectiva.
Los seductores no ocultan su interés, sino al contrario, lo demuestran, porque entienden que en el interés está el halago hacia el otro y la negación de su soledad, que provoca placer y disuelve resistencias.
Podía sentir su arrogancia y su confianza en sí mismo con la violencia que sufren los pusilánimes ciertas miradas o un reproche.
A partir de ese momento no lo odié, como no se odia a los hechos consumados o a los enemigos muertos. Tenía de mi parte a la razón y a la Providencia, y con esos aliados era tan estúpido ponerse a filosofar como temerle al futuro.
Lo lógico hubiera sido irme, tejer un mínimo plan para matarlo y ejecutarlo sin dilación ni premuras, sin compasión. Pero la Lógica depende mucho del escenario y de las personas, por más que los teóricos quieran estudiarla desprovista de contenido.
Si la fatalidad era –yo eso creía– la propensión irrenunciable del universo de ordenarse a sí mismo, el azar era un instrumento de la fatalidad.
Recuerdo que me senté en un sillón para recuperar el aliento, que transcurridos unos minutos noté en la mano el destornillador y que entonces, como un reflujo repentino, padecí esa suerte de aflicción que pesa sobre el delator infame.
En las condiciones adecuadas, las potencias alcanzan su máximo desarrollo, y no hay mayor potencia humana que el ansia por la felicidad
Ni la soledad ni la conciencia de la soledad nos unía tanto como la conciencia de que éramos especiales.
– Cuando te encuentres sola, cuando sientas que nadie te entiende, recuerda que afuera, en ese mundo absurdo e inhabitable, estoy yo –le dije.
Al amor solo lo calma el ser amado; a la soledad, la puede calmar casi cualquiera, hasta una mascota.
yo no era para ella más que la cara amable del mundo, ese mundo incierto y amenazante que está siempre preparado para convertir nuestra estructura molecular en partículas aprovechables, nuestras emociones en nostalgia y nuestra nostalgia en desdén o en olvido.
El que seduce debe distinguir entre lo que el ser a seducir quiere y lo que dice que quiere, debe interpretar sus gestos con el código adecuado e intuir sus necesidades afectivas reales, más allá de lo que a él mismo pueda parecerle.
A la belleza espiritual, como a la física, cuadra mejor la fortaleza que la debilidad.
Sholombra era una urbe diseñada para la resignación, el aburrimiento y la pesadumbre.
O hacíamos algo, o pronto seríamos como la masa que nos rodeaba, almas domadas, vecinos domésticos, seres paridos para ser felices pero convertidos por un erróneo proceso de socialización en máquinas programadas para trabajar y subsistir.
Tuve que repetirlo y aclararlo, no porque no lo oyeran, sino porque solo tenían la mente preparada para la rutina.
– El cielo es azul, la hierba es verde, la sangre es roja –troné con las manos levantadas–. Yo soy distinto de cada uno de vosotros. Yo no soy perfecto ni quiero serlo. ¡Al fuego, al fuego! Al fuego la mediocridad, al fuego las leyes inmutables, al fuego la filosofía ideal, al fuego la Verdad que nos esclaviza.
El mundo volvía a ser nuestro hogar. Nuestros convecinos volvían a ser imprescindibles y peligrosos.
La impresión de que la ciudad era un fabuloso ser vivo provocaba en el ánimo un agrado ambiguo que, a falta de otras referencias estéticas, el observador podía confundir con el generado por la belleza.
Los camareros nos trataban con la astuta naturalidad de quien está cometiendo una estafa
Mientras miraba como ausente por el ventanal, me dijo que por muchos puentes que hiciéramos, por muchos ríos que convirtiéramos en cloacas y por muchas fábricas que transformaran los minerales en electrodomésticos, los humanos estaríamos irreversiblemente expuestos a las mismas leyes que rigen para las lombrices y los árboles.
Si ambos nos dejábamos llevar por el pesimismo, acabaríamos compartiendo la derrota en la cama, el lugar donde las soledades se funden y se borran.
La mirada del que te ofrece una mano cuando cuelgas del precipicio no se te olvida nunca. Y más aún: cuando alguien fabrica una burbuja inexpugnable en mitad de las tinieblas, te mete en ella y convierte tu incertidumbre y tu dolor en seguridad y gozo, su compañía se graba tan hondamente en ti que ya no puedes sino comparar cada segundo de regocijo que vives con aquel otro que viviste.
Amaba a la vida y tenía ese carácter vitalista de quien prefiere el agudo dolor de la emboscada a la molestia crónica del arrepentimiento.
Estábamos cogidos de la mano y nos mirábamos callados. Entre un hombre y una mujer eso es suficiente si uno de los dos tiene arrestos bastantes para vencer a esa inercia del Destino que tiende a dejar las situaciones como están.
Los humanos sentimos la atracción de los cuerpos, la del corazón y la intelectual, y cuando las tres coinciden no hay distancia ni barrera ni razones en contra que no añadan más atracción a la atracción.
Quería manifestarle que dado que todo ha de terminar algún día, resultaba placentero no querer evitarlo, sino dejarse arrastrar por la fatalidad y jugar con ella, porque aceptándola, la vencíamos, pues en el ser de la fatalidad no está tanto la irremisible consecución del objetivo como la amenaza y el miedo
De una forma extraña noto que estábamos condenados a esto. Por enloquecidos que estén, los trenes siempre llevan el mismo camino.
Ya se veía en el ambiente que los supuestos revolucionarios se habían ido a dormir empachados de parranda y la vida, que es más proclive a la adaptación (a la reforma) que a la revolución, retomaría las arterias de la ciudad para restituir la mediocridad y la insuficiencia, para devolvernos a todos del abismo a la cuesta abajo
Para ella, no había más futuro que el posible y lo vivido tenía la misma categoría que lo soñado o lo imaginado.
Un humano digno y hermoso sufre ante el dolor ajeno, ante la iniquidad y ante la infamia.
Su imaginación debía de estar llena de actores desconcertados y a oscuras, como debe de estar el pensamiento de los muertos recientes.
Éramos dos seres inoportunamente felices en un mundo anárquico y de desvarío.
Valorábamos como sorprendente y nuevo todo lo que veíamos y aprovechábamos los minutos con la voracidad del hambriento, casi con angustia.
Yo había vivido de espaldas a él, ignorándolo por completo, y él, en cambio, había vivido alimentando un odio que ahora no podía calmarse sino con la consumación de la venganza.
Nohire tenía el mal de las obras de arte, que suele atacar a las piezas de incalculable valor escondidas en cámaras blindadas, asequibles a la vista exclusivamente bajo la supervisión de su dueño y nunca accesibles a un tacto que, sin embargo, desean
Saín tenía un tesoro y no había caído en que yo no era una persona corriente cuando me lanzó el reto de jugar a matarnos.
Muchos médicos se acostumbran a la muerte de los otros, aun siendo la muerte lo más trascendente de cuanto puede acontecernos; muchas putas se acostumbran al amor que de ellas necesitan los otros, ignorando que el amor es el acto más excelso de cuantos puede realizar un ser humano. Los malos médicos y las malas putas ejercen su oficio con la desalentadora indiferencia que el operario de una cadena de montaje aprieta un tornillo, son unos desaprensivos, desconocen que la materia de su trabajo es demasiado substancial como para dejarse vencer por la desafección y la rutina.
El juego era lo primordial. El juego, no su cuerpo, fue lo que me calentó de verás, aunque luego me dejara caliente y desconsolado. Ahora, por el contrario, parecía que lo único importante era la acción casi masturbadora de consolarme sin haberme calentado, de ofrecerme su cuerpo sin un juego previo.
– ¿Es que no te vas a desnudar? –me demandó, con la voz premiosa de quien no puede andar perdiendo el tiempo con simplezas.
Mientras admirado por su dulce curvatura le recorría con las manos y le escrutaba los simétricos ensanchamientos de las caderas, percibí en ella el disgusto de los que consienten.
Aguantaba mi peso a la espera de mi orgasmo con la impaciencia que los obreros anhelan la sirena que pone fin a su jornada laboral.
No era una diosa apasionada e inteligente que sabe extraer de su pareja todo lo que esta puede dar, sino un bulto de carne bien moldeado que silba y abre las piernas cuando le metes en el bolso unos pocos billetes.
Como todo el que sufre una decepción, sentía a la vez el dolor del tiempo perdido y el gozo de la libertad recobrada.
Desde hacía no más de unos cuantos meses, pequeñas imprentas semiclandestinas habían editado sin autorización de nadie algunos libros de ficción copiados de volúmenes traídos a lo largo de los siglos por los exploradores de los países bárbaros y guardados por coleccionistas secretos como objetos de culto.
Después de todo, nuestra civilización marchaba hacia un precipicio por un carril de hierro y nada podíamos hacer nosotros excepto bajarnos.
Afuera podían estar lloviendo lanzas o bolas de fuego, pero nosotros estábamos a cubierto, teníamos víveres y nos amábamos.
Si no hay dolor del otro, el olvido no puede ejercer su poder de desmoronamiento, ni siquiera cuando la memoria de la afrenta salta a las generaciones siguientes. Antes de matarlo, pues, debía hacerle sufrir.
El espectáculo de una cloaca nos parece horroroso, pero nos sentamos inermes sobre una de sus bocas y pensamos descuidadamente en otra cosa, porque el horror que no se ve es como si no existiera.
Mientras me alejaba camino de la cercana plaza de la Ciudad, pensé en lo indefensos que estamos ante una intención de dañarnos.
Quizá, pensé, fueran aprendices de malvados con ínfulas de maestros.
Era un hombre de una simpleza absoluta, iluminado por la ética del carril, que veía en el rigor de las normas el único camino por el que conducirse.
El bedel de recepción estaba de pie a unos cuantos metros de la puerta, mirando el sobrecogedor abismo horizontal de la plaza.
Era un hombre peligroso a fuer de cumplidor, de los que nunca utilizan recomendaciones ni se cuelan, ni siquiera para salvar a su hijo.
Andaba, sí, y andaba hacia delante, pero lo hacía con la moral del que busca una escapatoria, no del que avanza.
No había andado mucho cuando oí una puerta que se abría y, luego, pasos decididos que en aquel silencio etéreo sonaban –así lo retengo aún– a narraciones llenas de alegorías y hambrientas de metáforas.
Llegó dándole igual todo, incluido yo, y se fue con la absoluta convicción de que lo único digno de vivirse en este mundo es el momento de la muerte
¿Por qué no me fui, entonces? Quizá porque yo era como ellos. O porque, como ya he dicho, entre ellos y yo mediaba un juego de envite, y en los juegos de envite no se puede ser sabio sin ser audaz, ocasionalmente hasta la chulería.
– No –le aseguré–. Seré yo el que te mate a ti. Y luego me iré a celebrarlo con tu madre.
El bedel era un hombre cumplidor a fuerza de lineal y los hombres lineales son ineficaces y, cuando predomina la incertidumbre, peligrosos. Aquel funcionario me traicionaría para cumplir con su obligación, estaba claro. Hay gente como el bedel que no es de fiar precisamente por lo fiel que es a sus principios.
Se quedó en el suelo mirándome aterrado, de una forma tan mansa que resultaba nauseabunda y me urgía a terminar cuanto antes con el suplicio de matarlo.
Un líquido se extiende por donde no encuentra barreras; la debilidad llama al atento desmán del fuerte.
Solo después de haber andado muchos metros, descubrí una puerta abierta que truncaba la simetría del inacabable corredor e inquietaba el ánimo de sus visitantes.
La lluvia difuminaba el rojo de los coches y a los bomberos les costaba moverse con sus pesados trajes bajo el castigo despiadado del aguacero incesante.
– Usted, como periodista que es, sabrá que hay que dar la información más adecuada, y la más adecuada no siempre es la verdadera –proseguí–. Se lo diré de otra forma: un hombre debe hacer lo que debe, pero ello no quiere decir que deba ser manso y pacífico.
– Ahora que no hay datos sobre usted, puede inventarse el pasado que quiera. Nuestra historia es como nuestro cuerpo: si a veces es conveniente una operación de cirugía estética para curar un problema mental, también a veces borrar el pasado es la mejor manera de librarnos de algo que nunca debió suceder. No otra es la función del olvido.
Nadie se encontraba sobre la peana que está ardiendo. Durante años hemos adorado a un dios que se había bajado de su pedestal y se había ido. Aquí no existía nada de sustancia. Esto que se incendia es un rastrojo. Y cuanto antes lo comprendamos, antes podremos sembrar de nuevo.
No le interesaba del poder más que su tramo definitivo, aquel en el que se mueven los jugadores de rol, que no provoca placer por la mera tenencia de las cosas, sino por la posesión del destino de los personajes que tienen entre tus manos.
Saín vivía en la contradicción de los revolucionarios, era, ciertamente, un hombre moderno: se oponía a los límites asfixiantes de la Verdad pero le dolía la única alternativa posible a la Verdad, que es la hipocresía.
Nohire era tan sabia y tan distante como una enciclopedia. Como el de una enciclopedia, su erudición no tenía más aplicación práctica que la de la consulta, pues nada sabía hacer aparte de saberlo todo, y, como una enciclopedia, era inocente y fácil de manejar.
Nohire en la madriguera provocaba en un depredador esa atracción irresistible de lo indefenso, tierno y apetitoso
Nohire era un pájaro doméstico, y los pájaros domésticos no distinguen al depredador del amigo, toman por maestro al embaucador y creen verdades irrefutables lo que no son sino embelecos.
La Naturaleza es perita en todo lo que sea avanzar y no da un paso en vano. Si ha dotado de pies, es para andar; si ha concedido la nariz, es para oler. La hermosura tiene su función, igual que la tienen las alas. La hermosura en el hombre y en la mujer tiene su cometido, como lo tiene la inteligencia.
Si las almas son como ámbitos cerrados llenos de objetos, la de Nohire era una sala grande casi desocupada.
Donde hay tanta fealdad, donde hay tanto dolor y tanto miedo, apagar la luz, prohibir la música o esconder la exquisitez debería estar castigado.
En su alma sembrada de ensayos había, pues, como en todas las almas, un lecho de sentimientos abonados para la poesía y el drama que guardaban miles de guiones de historias por vivir, a la manera que el desierto retiene en sus arenas semillas para proyectos de bosques.
Desde la puerta de su casa, se veía el campo y, a lo lejos, el último apeadero del tren, con su visera amarillenta y decrépita. Nadie había en la calle. Aquel lugar no parecía Sholombra, sino un muñón de su cadáver.
Morir no es tan malo cuando la sucesión de días futuros solo promete una acumulación de kilos, de dolamas y de mocos
Para los seres pasivos la muerte amable es lo que la muerte heroica para los activos
Si de por medio hubiera habido el escándalo de la sangre, la acción le habría parecido censurable, pero la ausencia de brutalidad le daba al crimen la inocencia de lo teatral
Nada consuela tanto ante una muerte natural como pensar en lo natural de la muerte, ni hay excusa mejor ante una muerte forzada: todos tenemos que morir, lo mismo da un poco antes que un poco después. Por eso, mucho más importante que el momento en que se muere es la manera en que la muerte se produce.
Pero el miedo es gaseoso y se mete por las fracturas de las cosas. Aunque parezca que no está, está, y vuelve siempre, como las hormigas o las cucarachas. Todo el mundo tiene miedo a algo de una forma que le resulta insoportable. Aquella mujer tenía miedo al acecho del dolor, a la inteligencia de los otros y a las sombras vivas que genera la soledad.
La admiración, sin embargo, es una relación de superioridad inversa, en la que el admirado necesita del admirador más que el admirador del admirado.
Los seres superiores gustan del reconocimiento y de la admiración, se aprovechan del miedo a lo desconocido y quieren que se les suplique y se les adore irracionalmente. Pero la admiración cesa con el conocimiento de las causas.
El peligro de la admiración es la decepción y contra la decepción no sirven las mentiras.
Alejándola de las circunstancias había conseguido dejarla más expuesta a ellas, como el niño que vive en un ambiente aséptico está de mayor más expuesto a los virus.
No se puede someter a los seres humanos al rigor funcional de los animales con el argumento de que los ecosistemas naturales son perfectos, porque con ello se violenta la naturaleza del hombre, que tiene una vida real con la que nunca está de acuerdo.
Como los edificios corroídos por la fatiga de los materiales, no había en Nohire más resistencia que la carcasa, apenas nada ante el empuje demoledor de los sentimientos
Lo extraño eres tú para mí. Lo extraño es este ataque de venturosa irrealidad que me ha dado cuando más decadente está el mundo y más descarnada es mi vida.
Si una línea rutilante puede salvar un mal libro y un descubrimiento al azar la obra de un científico desatinado, quizá un episodio de entrega incondicional redima la conducta diabólica de un asesino
Cuando su cara se quedó limpia y me miró sonriente, yo di por buenos todos los caminos que me habían llevado hasta aquel turbador momento y me vacuné contra un futuro de catástrofes
No había hecho más que empezar y ya era para los ojos uno de esos festines que aturden de tanto hacer hervir la sangre y avivar los jugos gástricos de las manos.
Las emociones que sentimos, en fin, fueron tan intensas que se grabaron en la memoria de las cosas con más fuerza que en la escena de un crimen se impresiona el horror de la víctima y la iniquidad del asesino.
Me miró con la resignación que se enfrenta un inocente a un pelotón de fusilamiento.
Algunas veces los hombres somos juzgados y sentenciados más que por lo que hacemos, por lo que haríamos si estuviéramos en el lugar de los otros
Donde quiera que esté, el perseguido debe buscar un lugar donde pasar la noche, porque los humanos necesitamos dormir y dormidos somos vulnerables.
El ocaso de Sholombra era biológico. Alegrarse de tener trabajo era como celebrar que durante unos días no envejeceríamos.
Ania era tan inmune a la ironía como al desaliento. Ella se enfrentaba al crepúsculo de nuestra civilización con el ánimo y la eficacia con que la vida desafía el empeño terminal de los cataclismos.
Esto es lo que quieren los dioses de sus fieles, pensé, que los idolatren. Por eso todos los dioses acaban actuando como si fueran ídolos.
El éxito es tan peligroso como el fracaso, quizá más. El fracaso total puede conducir al naufragio y la desesperación y el éxito total, abrumador, empuja hacia el endiosamiento irremisiblemente.
Los dioses, por buenos que sean, exigen la fe ciega y la obediencia ciega y en razón de ello premian y castigan. Los dioses son eternos y todopoderosos y la eternidad y el poder sin límites emplazan al aburrimiento. Los dioses son como los ricos que ya han conseguido ser el único rico.
Nohire era repentinamente otra, insaciable como los dioses y, como a los dioses, se le había helado el corazón.
En todos los dioses hay algo de niño que lo ha tenido todo desde el comienzo de sus días.
Ambos teníamos el alma enferma: en la de Nohire se había extendido febrilmente el aniquilador virus de los dioses y en la mía el no menos aniquilador virus de sus servidores ciegos.
Era una divina obra de arte y a las obras de arte nadie las ama por su fondo: lo cardinal era su contacto y las sensaciones que provocaba en mí y lo de menos todo lo que había detrás de ese embriagador abrazo.
La noche había actuado sobre ella como lo hace sobre los materiales, borrando el calor de su alma
Nohire me amaba sin esas raíces que son los recuerdos y sin alternativas, porque la había rescatado de un medio de afectos enfermizos y yo era el único hombre que tenía a mano, y no como las mujeres maduras aman a los hombres que las completan.
¡Qué trivial es la condición del que únicamente llena mientras se halla presente, la del que no sacia con la huella que ha dejado, la del que asegurando su vuelta no colma con la ilusión de su retorno!
Lo mejor es solo un período entre el nacimiento y la destrucción
La civilización tal y como la conocíamos ha desaparecido. Ahora, cualquier ciudadano es un asesino en potencia o es en potencia la víctima de un asesinato.
Aunque ella nunca me amenazaba con dejarme, yo sentía que cada petición iba acompañada del velado aviso de que, contra lo que pudiera parecer, yo la necesitaba a ella más de lo que ella me necesitaba a mí.
A pesar de todo el deleite que sentía provocando reacciones, Nohire sufría por las que no provocaba.
Mi llamada a su miedo era inútil, porque su miedo era inferior a su placer.
– Algunos seres se adaptan emigrando, como esas gaviotas plomizas del Novorm, que van de ciudad moribunda en ciudad moribunda engordando y multiplicándose –me dijo–. ¿Por qué no hemos de ser nosotros igual que ellas, pero huyendo de la muerte?
Al final, todos los hombres somos antropófagos, de carne humana o de espíritus humanos, de vísceras o de sentimientos. Entre la ferocidad de una manada de hienas hambrientas y la de una horda de hombres desquiciados, la única diferencia es la de que en estos últimos al instinto natural se suma la perversión de la inteligencia.
El que dos personas vivan juntas sin estar ya enamoradas o sin haberlo estado nunca no debe parecer raro, pues al otro lado de la raya de una vida en pareja no suele encontrarse el desamor, sino la soledad
Como le suele ocurrir a todos los seres superiores, no tenía escrúpulos para matar pero se impresionaba con un verso
El conocimiento no siempre es bueno ni da más felicidad que la ignorancia, por eso tan sano es mentir a veces como a veces hacer como que no te enteras. Hay que saber lo que es conveniente saber, ni más ni menos, y saberlo todo es siempre saber de más.
Los humanos normales tienen esas dos espléndidas capacidades de adaptación: no saben todo lo que pasa y no lo almacenan todo en la memoria.
En toda relación, por amistosa que sea, es más importante lo que has olvidado que lo que recuerdas, pues hay más confianza en el que olvida que en el que, recordando, perdona.
Somos seres dados a creernos señores de nuestro destino solo porque al mirarnos la mano, conscientes de ello, decidimos si la abrimos o la cerramos, pero el que nuestro futuro sea un papel en blanco no quiere decir que escribamos en él con libertad.
El enojo que su carácter te producía era inferior al recuerdo que las formas de su culo habían dejado en la memoria de tus manos
Los demonios sois como los dioses –le objeté–: también ellos cuentan con el favor del Destino, que siempre actúa a posteriori
Todos los seres superiores sois iguales: os apuntáis como mérito las bondades de lo que sobreviene y achacáis lo dañino a unas circunstancias incomprensibles o a la libertad de los hombres.
Todos los juegos terminan de una manera similar, perdiendo, si se alargan lo suficiente. Todas las obras son tragedias, si la historia continúa hasta su verdadero término.
Cuando todo es dolor, cuando en el ambiente no hay sino agonía y pestilencia, los afectos son una carga insoportable