Quiero vivir en la sierra cuando muera
Quiero vivir en la sierra cuando muera.
Quiero vivir en la sierra como un espíritu errante
que siente el viento en la cara,
suda al subir un cerro
y cuenta olivos con el mágico asombro
que en las noches claras cuentan estrellas los niños.
Cuando muera,
quiero que mi alma
tenga las servidumbres de un cuerpo,
y que ambos, cuerpo y alma,
amen a una aceitunera
como aman los amantes de los cuentos
cuando el cuento se acaba.
Cambio los coros de arcángeles,
el don de la ubicuidad
y una eternidad feliz
por un instante de paz en comunión con la sierra.
Cambio una tertulia de santos
por una zafia conversación
de pastores, gañanes y molineros.
Cambio el minucioso boato de la corte celestial
por esa algazara anárquica
alrededor de la candela
en las ominosas noches de tormenta.
Cambio la sabiduría por los sentidos.
Aun sin verlo,
cambio el cielo por la sierra.
Y por si después de muerto
no merezco este singular premio,
que me entierren en la sierra,
o, mejor, que incineren mi cadáver
y entreguen mis cenizas
a la perfumada brisa de la tarde
desde la cumbre de un cerro,
sin una lágrima ni una queja,
que dichoso destino es hacer
barro con el sudor y la sangre
de quienes roturaron estas tierras de pizarra
y plantaron estos pródigos olivos,
de sol a sol, para sus amos,
y de noche, a la luz de la luna,
para un futuro propio demasiado lejano
como para ser vivido.
¿No merece el sacrificio de tantos
que una pluma más talentosa que ésta
les escriba una epopeya?
Ya que en esta vida
no tengo carácter para ser como ellos,
ya que vivo en la ciudad,
entre cuatro paredes,
entre miles de vehículos conducidos
por personas como yo a quienes
nunca importará lo que siento,
a Dios le pido que,
después de muerto,
me conceda la gracia de vivir en la sierra.
Juan Bosco Castilla