La mancha de aceite
I
En lo más emboscado de esta sierra,
en un recién nacido arroyo de agua
cristalina, baila, palpita, fragua
saltos sobre la corriente, encierra
flores y larvas en continua muda,
se hace fragmentos, se alarga o se ensancha,
una pequeña y juguetona mancha
de aceite industrial. Ramplona, no duda
en juzgarse hermosa porque al sol brilla
con más colores que el canto de cuarzo,
las plumas del jilguero y la abubilla
y las flores de la jara y el jaguarzo,
porque flota entre los arduos tamujos
como las ovas y los somormujos.
II
Desde su liviandad, con actitud
cándida y pueril, por el puro juego
se retuerce entre los juncos y luego,
como en una extremosa juventud,
a la cola de las nutrias se pega,
abre su cuerpo denso ante el avance
ondular de las culebras, en lance
de ranas y salamandras colega,
sale al rodado costado de piedra
y a la caliente arena de la orilla,
se deforma, se forma, mengua y medra,
ofreciendo amistad como una ardilla
niña que buscara afectos a diario
en el caos glorioso de un parvulario.
III
Ajena a su origen y su destino,
no sabe que es cosmética el brillante
colorido de su cuerpo asesino,
aunque lo confunda con el diamante.
No sabe que en su pegajoso abrazo
deja clavado en la espalda un puñal,
que su liviandad es el cruel zarpazo
de una astuta estrategia para el mal
y que sus juegos son artes oscuras
de la muerte. Ajena a su momento
y su final, mata el aburrimiento
llenando su alrededor de amarguras,
no sabe que su felicidad sacia
al medio ambiente de horror y desgracia.
Juan Bosco Castilla