Amor eterno
I
Todos tenemos que morir, parece
Claro, y acaso sea bueno. Si tengo
fortuna y en su tosco afán no enloquece
alguno de mis enemigos, vengo
en asegurar que envejeceré
y que algún día cumplirá en mí la muerte
su gris papel, como en un aguafuerte
de Goya sobre la guerra. Seré
yo el cadáver entonces, y conmigo,
otra jornada, morirán las plantas
que proveen de humanitario abrigo
a los pájaros, a las mariposas y a tantas
y tan distintas criaturas. También
ellas perecerán, y estará bien.
II
Morirá la muchedumbre que pasa
por la calle insensible a su destino,
y tal vez sea lo correcto. El vino
agrio de la muerte será en mi casa
escanciado y una mañana cualquiera
de un alegre día, antes que el invierno
congele sus rodillas y el gobierno
de su memoria, mi fiel compañera
cerrará sus ojos y morirá.
Moriremos por ese orden: primero
yo y luego ella, y en el tiempo postrero
no existiremos, pero seguirá
vivo nuestro amor, diligente y cierto.
¿Quién cuidará de él cuando hayamos muerto?
Juan Bosco Castilla