Ni flores ni pájaros

 

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               “Ni flores ni pájaros” es, esencialmente, una historia de amor que se desarrolla durante un curso académico, cuyos protagonistas son un estudiante de oposiciones y varios estudiantes universitarios que viven en distintos pisos de Córdoba a finales de los años setenta del pasado siglo.  

              Dado que –como se dice en el mismo texto– en las historias de amor lo digno de contarse es el principio y el final, la narración se circunscribe casi exclusivamente a los meses de octubre-noviembre y mayo-junio, en tanto que se despacha con unos cuantos renglones la parte media, que es sin embargo la digna de vivirse.

             Fue escrita a retazos –de ahí su carácter fragmentario– durante los años 1985 y 1986 y publicada en 1994 por el Ayuntamiento de Pozoblanco como una narración más del volumen “La mujer del lago y otras narraciones” con el título “Fragmentos de un curso”.

             En el año 1987 se quedó finalista del premio de novela corta “Ateneo de Valladolid”.

 

Fragmento

XII

 

            – Eres un personaje curioso, Andrés –Susmaría hojeaba distraídamente un libro de Geografía del Nuevo–. Supongo que la timidez te ha ido rezagando. Te sientes antiguo, ¿no? Un carcamal conservador. Pasan a tu alrededor historias que no comprendes, pero toleras. Siempre has creído estar fuera de contexto, forzado en el entorno y en continua tensión. Y, sin embargo, cuando las pequeñas vidas que te rodean se movían en la vulgaridad y en el falso realismo, tú te mostrabas original, idealista, vivo. Ahí radicaba tu pequeño magnetismo personal, eso que llamabas rareza o exotismo y que te parecía la consecuencia de estar metido en otro mundo, con gentes que no eran como tú.

             – Gracias, supongo que debo sentirme más animado.

             Susmaría levantó los ojos, pasó un momento la mirada por el rostro de Andrés y volvió a dejarla vagar por las fotografías que saltaban del libro.

            – Te digo que eres un personaje curioso, pero si quieres te mando a la mierda –dijo.

            – Lo siento.

            – No lo digo por animarte. O por lo menos no fundamentalmente por animarte. Te estoy diciendo que eres un buen personaje para un libro, uno de esos libros sin argumento que se escribían hace algunos años. Me gustaría escribir uno parecido, pero mi incapacidad lo hará imposible. Es una lástima. A veces pienso que me sostiene únicamente la esperanza de que el tiempo convierta mi ineptitud en madurez. Al fin y al cabo las grandes novelas las han escrito hombres viejos. ¿Comprendes?: el tiempo. A ti te afectará con seguridad. Cuando pasen por aquí unas semanas o, como mucho, unos meses, apenas tendrás un recuerdo de lo que ha pasado.

            – Hay recuerdos que marcan definitivamente.

            – Piensa, entonces, que también te hubiera marcada la aceptación de Ana. Quizá hubiera sido peor. Qué sabemos.

            Andrés sacó un cigarro y lo encendió pausadamente.

            – Pero el tiempo no corre, pasa, simplemente pasa –dijo.

            – Por eso no hay que tener prisa. Porque es inevitable y porque tenemos tan pocos años de vida que resultaría estúpido querer saltarnos un solo día, aunque fuera para sufrir.

            – Creo que no has sufrido bastante.

            Susmaría cerró el libro.

            – Te casarás, tendrás hijos, ganarás dinero y serás influyente, aunque dudo que llegues a tener cargos de altura, porque no eres tan vulgar como para seguir el camino que lleva a ellos, pero ni serás ni querrás ser feliz, porque no te creo tan ignorante como para desearlo.

            – ¡Vaya augurios los tuyos!

            – No ambicionar la felicidad es la mejor forma de acercarse a ella. Se tiene más tristeza y más tranquilidad. La felicidad debe de ser un estado de serena tristeza.

            Andrés reconoció en las ideas de Susmaría vagas sensaciones propias, como ajusta cualquier hecho concreto en las imprecisas expresiones de los horóscopos.