El catedrático implacable (fragmento)
Cuando el bedel de recepción abrió la puerta de la facultad, lo halló sentado contra la pared, como ido y lleno de suciedad. “Don Lisardo, ¿quiere usted una duchita reparadora?”, le dijo tras intentar en vano hablar con él. Como el catedrático se limitó a mirarlo y no le devolvió palabra ni gesto alguno, el bedel lo cogió por las muñecas y, haciendo uso de cuantas fuerzas poseía, lo arrastró hasta el cuarto en que se guardaban los avíos de las clases, donde lo dejó en un rincón con la espalda apoyada en una pizarra vieja. Don Lisardo estuvo allí, quieto y sin abrir la boca, no menos de un cuarto de hora, que fue el tiempo que tardaron en acudir su descubridor y otro bedel, quienes lo cogieron por las axilas y lo llevaron hasta una de las duchas de los profesores, en la que lo desnudaron y lo metieron debajo de un chorro de agua tibia.
Los bedeles se dieron cuenta de que volvía en sí conforme iba haciendo comentarios sobre los alumnos y de que estaba en todo su conocimiento cuando afirmó: “Lo tiene claro ese insensato: no aprobará en la vida, en la vida”.