Un discurso de Emilio (fragmento)

Y como, perdido un poco en los preliminares, aún no había contado la anécdota, la contó a renglón seguido con el máximo lujo de detalles, una disputa trivial de adolescentes entre su amigo Godofredo y él, si bien lo hizo alterando, quizá sin querer, quizá queriendo, la cronología de los acontecimientos, como si hubiera invertido el orden de los rollos de una película y el final apareciera al principio y el principio en la parte media y la parte media al final, lo que produjo en los oyentes un desconcierto añadido que en algunos fue descomposición mental, similar a la de vientre pero sin alteraciones visibles. «Cuanto más simple es el ejemplo, más compleja suele ser la explicación», dijo. Y dijo que esa menudencia le bastaba para explicar la unidad de la Iglesia, y por si había dudas sobre aquella aseveración fatal, lo intentó seguidamente, con palabras que al principio fueron de corte común pero que se fueron complicando después, conforme demandaba la propia dificultad del asunto, para resultar finalmente un amasijo de sílabas con formas raras, (no sólo auditivas, sino visuales, como esas poesías que forman un dibujo), que a aquellas alturas de la exposición el público concurrente no sabía si agradecer o lamentar, porque ya nadie estaba en disposición de nada. «Más fácil resulta explicar, como podrá comprenderse, la necesaria unidad de un partido político», dijo. Y se internó entonces por los senderos de la facilidad, que fueron si cabe más angostos que los más difíciles, porque para no molestar el amor propio de los oyentes dio por sabidos muchos conceptos que citó de refilón, con una barahúnda de palabras sencillas, como casa, mesa, silla, coche, campo, ovejita, papá o nene, puestas en frases cada vez más cortas que acabaron siendo palabras solas y silencios, y luego algunas palabras, silencios y gestos, y más tarde silencios, gestos y bramidos, y finalmente bramidos y silencios.