Pimentel, el concejal arribista (fragmentos)

Bonoso Pimentel aparentaba pocos más años que él, era alto, elegante, de gesto firme y a la vez sereno, simpatía franca y en absoluto escandalosa, mirada directa pero entrañable y mucha energía vital. En el lujoso bar donde entraron lo trataron por su nombre, don Bonoso esto, don Bonoso lo otro, con una deferencia que dejó a Emilio un punto apabullado. «Aquí ponen el mejor marisco de la ciudad», dijo. «¿Qué te apetece, un centollo, una langosta, un bogavante?». Emilio, que no había comido en su vida más marisco que langostinos y gambas, y aun así en muy contadas ocasiones, temió que el no saber comer aquello que se le ofrecía lo pusiera en un grave aprieto, y ya que no se atrevía a pasar por desagradecido, comentó que, en su opinión, no había nada como las humildes gambas, siempre que fueran frescas y estuvieran bien cocidas, naturalmente. «Estoy de acuerdo», dijo Bonoso Pimentel. Y de inmediato llamó al camarero con un ligero ademán para pedirle, no una tapa, una ración.

No les digas que eras seminarista, sino cura, pues poco trabajo cuesta decir que saliste ordenado del palacio episcopal, y los curas arrepentidos gozan de mucho predicamento en política. Tómate un vino o dos, juega con ellos a las cartas y háblales de cualquier cosa alternando el lenguaje llano con otro más difícil, lo más simple con lo más complejo: todos se emboban con lo que no entienden siempre que quien hable sea de fiar. La secuencia es ésta: primero te respetarán, luego te harán suyo y, finalmente, serás su voluntad y su pensamiento. Con tu dominio del discurso te será fácil. Ve hablándoles poco a poco de rencillas personales y corrientes enemigas en el partido y, simultáneamente, de la necesaria armonía interna, del valor intrínseco de las ideas y de la supremacía de la organización sobre los individuos, por imprescindibles que puedan parecer. De mí háblales también poco a poco. Preséntame como el valedor del barrio en el Ayuntamiento. Diles que me conoces bien, conviérteme en un ser entrañable contándoles anécdotas íntimas, aunque sean mentira, explica que entre una corriente y otra me tienen atosigado y que si no dimito es porque me gusta fajarme en la responsabilidad.