La soledad en el palacio episcopal (fragmento)
Se sentía bien en aquel ambiente, con alguien que sufría su misma desazón, con el calor estimulante del brasero y la luz de la lámpara de pie rompiendo incesantemente la oscuridad, tan solos que hablaban de los demás como si fueran personajes de ficción, como si no existiera otro mundo que aquel laberinto de estancias abandonadas por el que se movían. En un momento determinado, el obispo se levantó y trajo un par de puros regalo de alguna boda que guardaba en su mesilla de noche y una botella de licor de granadas hecho en un convento cartujano de la diócesis y fumaron y bebieron como dos adolescentes. Estaban descubriendo que podían convertir la pesadumbre perenne en un estado de plácida y serena tristeza, seguramente lo más parecido a la felicidad terrenal.