La sede de la asociación (fragmento)
El local no era más que un cubículo rectangular de unos cien metros cuadrados, más profundo que ancho, de cuatro paredes blancas, lisas, sin ventanas, sin otro adorno que seis o siete carteles de películas de piratas pegados con cinta adhesiva, en las que sólo se abría una puerta, a la derecha, con una W y una C grandes pintadas en negro. En la pared de enfrente, probablemente el mismo que había escrito WC, había pintado la silueta de un pájaro indefinido sobre una rama con una escuálida hoja. A la izquierda corría una barra de tres módulos portátiles con anuncios de una marca de cervezas sobre la que, con una soledad casi concupiscente, se erguía solitaria una botella de ginebra más vacía que llena y un radiocasete del que emanaba una música suave y la voz, él lo supo algo después, de Franco Battiato cantando una canción que hablaba del alma, del invierno, de Eisenstein y de Stravinsky. Cuatro mesas metálicas, iguales a las que había visto en los bares del barrio, se hallaban como perdidas entre no más de veinte sillas, también metálicas. Alrededor de una de ellas, debajo de una bombilla que daba una luz blanca y pobre, con una estufa de butano al lado, jugaban a las cartas tres hombres jóvenes, cada uno con un cigarro en la mano. Sobre la mesa había cuatro vasos largos de cristal, un cenicero de lata rebosando de colillas y cuatro montoncitos con monedas.