La imprenta del palacio episcopal (fragmento)
Uno de los cristales de las ventanas, por las que embestía una luz torrencial, estaba roto. Por él había entrado un vencejo de los muchos que anidaban bajo el voladizo del tejado del patio y había ido a morirse, extenuado de buscar inútilmente una salida por el mismo agujero, sobre la enorme mesa de trabajo donde hasta no hace tanto los linotipistas se esmeraban componiendo matrices. Estaba seco, casi enterrado en un desierto de polvo inmaculado del que habían desaparecido las huellas de su agonía. Seguramente estaba allí la última vez que Emilio entró en la imprenta, pero entonces buscaba las cartas de mujeres en bañador con un ansia que había ensombrecido cualquier otro recuerdo.