Joaquín, el revolucionario (fragmento)

Alguien (pudo ser cualquiera) habló entonces de matar y se inició una conversación sobre la necesidad de acomodar las piezas, de eliminar para transformar, de introducir una partícula que sobresaturara, de la destrucción controlada (pusieron como ejemplo romper un huevo y las múltiples explosiones nucleares del Sol, que llegan hasta nosotros en forma de luz y calor). Alguien planteó luego la estrategia: acciones contundentes, de grandes efectos. «El alcalde», dijo uno. «El cuartel de la policía», dijo otro. Los directores de los periódicos, los jueces, los altos funcionarios, los abogados de prestigio, los artistas ilustres, los famosos, los poderosos, dijeron. Cuando parecieron acabarse los objetivos, intervino Joaquín. «Todos esos ilustres personajes tienen enemigos y enseguida justificarían su muerte. No os quepa duda: las acciones contundentes son las indiscriminadas. El sistema hay que atacarlo a través de los inocentes, de lo contrario se ataca las personas, no al sistema mismo», dijo. Hizo un paréntesis y añadió: «Nadie se merece la muerte, pero tampoco ha hecho méritos para la vida».