El frío del palacio episcopal (fragmentos)
Mientras se tomaban el café, hablaron del obispo, en un tono compasivo que a Emilio pareció vejatorio, añorando sin nostalgia el pasado esplendoroso de la diócesis como se añora a un familiar muerto al que nunca se quiso. Don Romualdo, el alcalde, le pidió una opinión y él, por salir del paso, le contestó que en el palacio episcopal hacía tanto frío que alguna vez habían tenido que hacer sus necesidades en los arriates de los patios, porque se había cuajado el agua del servicio.
El día que se heló el agua en las cisternas de los baños, el obispo se refugió en la salita al abrigo de potentes braseros de picón, con la tentación de sucumbir a la oferta de la Junta de comprarle el palacio episcopal y la sede del seminario diocesano para establecer en ellos sus delegaciones. En ella pasaba las horas escribiendo largas solicitudes de subvenciones a las autoridades del patrimonio y releyendo las excusas disparatadas que le ponían éstas en escritos de membretes copiosos, firmas imaginativas, muchos sellos y pocas letras.