El despacho en el ayuntamiento (fragmento)

Volvió a su despacho, se sentó en el sillón, lo hizo girar a un lado y a otro y encendió y apagó el flexo un par de veces. Luego, por hacer algo, miró por la ventana: el patio era un cubículo de unos nueve metros de lado empedrado de cantos blancos y negros, sin macetas ni árboles, al que en la planta baja daba un pórtico y en la primera, donde estaba él, paredes blancas y las ventanas de lo que parecían ser algunos despachos semejantes al suyo. Uno tenía la luz encendida, en otro vio a una mujer joven levantándose del sillón, que a él le daba de espaldas. Se sentó de nuevo. Su sillón también podía ir adelante y atrás y arriba y abajo accionando una pequeña palanca. La mesa tenía a la derecha una cajonera con tres cajones vacíos, lo que le recordó que no disponía ni de un miserable bolígrafo. Tenía un ordenador, pero no sabía manejarlo. Y, aunque hubiera sabido o tuviera bolígrafo y papeles, ¿qué podía escribir? O mejor, ¿qué podía hacer?