Don Romualdo, el alcalde (fragmentos)
«Llenaos las copas. Tú también, muchacho». Los contertulios se aprestaron enardecidos a cumplir con aquella orden. «Por la tolerancia, coño –casi gritó el alcalde–, cimiento de nuestro partido y nuestra tertulia. Y no es una metáfora, Pedregosa». «Por la tolerancia», contestaron todos, en tanto don Romualdo pedía confidencialmente perdón a doña Teresa por el taco que se le había escapado en el hervor del momento. «Por la razón y la tolerancia», brindaron otra vez. «Por los nuestros». «Por nosotros». «Porque no haya más intolerancia». «Abajo los intolerantes», voceó uno. «Que los fusilen», intercaló otro entre el «abajo» general de contestación.
Cuando terminó, los demás contertulios no fueron capaces de articular palabra, como si el hilo del discurso hubiera estado plagado de nudos y curvas en una maraña similar a la de ciertos pasatiempos gráficos infantiles y seguirlo los hubiera dejado exhaustos. «¿No les parece acertado?», preguntó don Romualdo ante aquel silencio, tras echar una bocanada de humo reparador y mientras miraba cómo iba la ceniza del puro. De haber podido, le hubieran contestado con muchas palabras, ya que no era posible hacerlo con muchas razones, pero no podían, y por eso se limitaron a decirle trabajosamente que sí, o que era verdad, o que eso mismo pensaban ellos, o que evidentemente.