El pleno empleo
Afuera, la niebla seguía empapando la luz de herrumbre y tristeza. Caminamos en dirección contraria al río con la resolución del que va a tratar asuntos que no admiten demora, como los transeúntes que nos cruzábamos, porque, como le contesté a mi amigo en un tramo solitario, la autoridad había llegado al pleno empleo gaseando a los parados y nadie quería admitir que lo estaba, aunque prácticamente no había trabajo alguno. Cruzamos plazas desmesuradas, seguimos hasta el final por largas avenidas en las que los viandantes se apelotonaban y chocaban confundidos por la urgencia, pasamos delante de edificios ciclópeos en los que numerosos ciudadanos entraban y salían como si estuvieran llevando a cabo graves negocios personales o empresariales y entramos en algunos comercios cuyos parvos escaparates mostraban con mucha pompa cuatro o cinco mercancías de su específico género picadas por el tiempo, donde nos enteramos de que todo el mundo preguntaba, pero nadie compraba nada.