El cuerpo de guardia
El cuerpo de guardia de los milicianos, que estaba a la izquierda del pasillo de entrada, era una sala rectangular con las paredes cubiertas de literas hasta el techo y una mesa alargada en el centro junto a la que recogían sus bártulos no más de diez o doce individuos. En la sala de guardia de los mandos, que estaba situada enfrente de la otra y era de iguales dimensiones, había una mesa de escritorio sobre la que un hombre con galones en la guerrera estaba escribiendo algo. Yo pasé con decisión por delante de esas puertas y de otras que daban a dependencias diversas, como el calabozo o los servicios, y viré a la izquierda por un pasillo largo y estrecho que discurría en paralelo a la fachada dejando a ambos lados las oficinas del cuartel. Entré por una de ellas y anduve a oscuras entre mesas llenas de papeles inútiles, máquinas inservibles y mobiliario desgastado hasta un despacho cerrado que abrí de una patada, en el que dejé el fusil encima del escritorio y revolví aparatosamente los estantes.