Dos caminos
Mientras hablaban los otros, me imaginé a los habitantes de aquel pueblo tomando dos caminos distintos: uno de ellos, fácil, cómodo, previsible, el que elegían los temerosos y los vagos, que eran la mayoría; el otro, difícil, incómodo, imprevisible, el que escogían los valerosos y los emprendedores, que solo eran unos cuantos.
–Todo el mundo se marcha hacia el mismo lugar y por el mismo camino –murmuré como para mí.
Tenía en la mente la imagen de las cumbres nevadas, con las que me embelesaba desde la sombra de alguno de los árboles frutales de la huerta de Utinio. Detrás de ellas, nos había dicho este, había valles y más montañas. Las cimas me atraían y hacían volar mi imaginación, porque las veía como animadas y a salvo de la obra destructora de los hombres. Algo similar a lo que pasaba con el riachuelo, en el que me bañaba con la sensación de que el agua que me abrazaba formaba parte de un ser pensante cuyo nacimiento (que asimilaba al parto de los seres fabulosos) se hallaba en algún paraíso remoto al que únicamente era posible llegar en los sueños.