Hacer de notario
Si en ocasiones me hubiera gustado gozar del don de trenzar metáforas por el gusto de idealizar la realidad, en otras hubiera deseado poseer el menos estimado de emplear eufemismos cuando de narrar hechos desagradables se trata. Ni uno ni otro me fue otorgado, pero creo haber nacido con discernimiento bastante como para saber hasta dónde puedo llegar y, antes que escritor aficionado cuyo único libro será este, he sido lector y, como tal, he dejado a medias historias escritas por otros por el simple hecho de que me parecían ásperas al oído o incómodas en el estómago. Por otra parte, si pasara por alto el episodio que vivimos en Alegría, traicionaría la misión que anuncié en el ya lejano génesis de esta narración: hacer de notario para dejar constancia de que son posibles mundos como los aquí descritos. Y no diré más para justificar lo que sigue. Adelantaré que no hay sangre ni crímenes en esta parte del relato, para que aquellos que sufran con el desgarro de los cuerpos puedan estar tranquilos, y que tampoco hay un desgarro insufrible de las almas.