Fragmentos
Un ejemplo
YA ESTOY MUERTA
Una mañana sacó una hamaca y se sentó frente a la tumba. Llevaba la decisión tomada de no moverse de su lado y de no comer ni beber. Durante algún momento de los seis días siguientes, llovió, y yo sostuve un paraguas para que no se mojara; hizo calor, y yo la mudé según se movía la sombra del ciruelo; hizo frío (casi todas las noches), y yo la arropé con mantas y le di friegas en las piernas y en los brazos. Hice eso y más, pero ni la obligué a beber ni le pedí que bebiera, y el agua del arroyo corría a unos cuantos metros de nosotros.
Poco antes de morir, me apretó la mano con las escasas fuerzas que le quedaban y me dijo:
–Tú no tuviste la culpa, ni yo, ni nadie. Me muero porque ya estoy muerta.