Anuncios de dos palabras
Ahora, todo lo que había era únicamente aquello y aquello era de una emergencia absoluta: su proceder se volvió premioso. Su respiración, violenta y arrítmica. Su aliento me abrasaba la cara y aventaba palabras obscenas, frases que eran una petición única, urgente y animal, furiosa. Yo no atendí a sus ruegos y me limité a hacer lo que me obligó. Fue ella quien me puso boca arriba y la que, tras bajarse los pantalones y las bragas, intentó sentarse sobre mi vientre a horcajadas y cabalgarme. Ella fue la que, al percatarse de que para hacerlo tenía que quitarse las botas y en ese menester perdería un tiempo precioso, prefirió tenderse sobre mí y moverse como sobre un colchón de agua. El éxtasis le vino precedido de anuncios de dos palabras que repitió descompuesta y en voz tan alta que en los poblados contornos parecieron proclamas o pregones de la cópula. Aunque yo le siseé pidiéndole silencio, ya no atendía a nadie, estaba como posesa. En lugar de callarse, trocó esa frase por gritos quebrados, con montañas y barrancos, que eran de intenso placer, pero igual hubieran servido para el dolor más extremoso.