Nereo

  Me levanté, cogí el cuchillo del abrigo y, con él en la mano y medio dormido aún, abrí la puerta de la nave y salí al exterior. Un viento frío me azotó la cara y me despabiló de pronto. Di cuatro o cinco pasos hacia delante, envainé el cuchillo en el cinturón y me puse a mear mientras miraba en derredor. Mis ojos fueron descubriendo las imágenes recién nacidas con las primeras luces del día sin que yo sintiera nada. Cuando concluí, me demoré unos segundos observando los tejados del pueblo e imaginando la vida anterior de sus vecinos antes de dirigirme hacia la izquierda, donde estaba el árbol junto al que habíamos enterrado a Tobase y se había quedado su perro. Este, sin embargo, no estaba. Lo rastreé como si fuera una persona, buscando en el aire los efluvios de sus sentimientos, y lo descubrí en el costado contrario. Volví sobre mis pasos, pasé por delante de la puerta de la nave y doblé la esquina. El perro estaba sentado junto a otra peana, mirando al saliente, donde el sol era aún un pequeño sector circular que encharcaba de rojos y amarillos aquella parte del cielo, cubierto a pedazos por telarañas de nubes. Al verme, se levantó y movió el rabo, contento. Me fui hacia él, le acaricié el lomo y me senté en la peana a su lado. Los habitantes de nuestras ciudades no estábamos acostumbrados a observar el cielo por placer. Que yo recordara, nunca había visto salir el sol. Nadie me había dicho que fuera un acontecimiento fastuoso y ni siquiera en los días en que habíamos dormido a la intemperie me había planteado que en la amanecida pudiera haber un espectáculo, y mucho menos que la aurora fuera distinta del ocaso.

– Es increíblemente hermoso –dije en voz alta como para mí, o tal vez para que me oyera el perro, que se había vuelto a sentar y me miraba, expectante.

Este volvió a reconocer el horizonte y volvió a mirarme: esperaba que yo recitara poemas mientras salía el sol, como hacía Tobase Álfur cada mañana.

– Yo no soy poeta –le dije. Aunque luego lo pensé mejor (¿no estaba experimentando lo mismo que sentía Tobase, que sí lo era?) y añadí–: O soy poeta pero lo que me conmueve no sé expresarlo con palabras. Como tú, igual que tú. Un poeta sin versos.