Algunos personajes
Un ejemplo
IGUALDAD
Llegaba al palacio a primera hora de la mañana, cuando los únicos revolucionarios en pie eran los que se habían quedado fumando y bebiendo y aún no se habían acostado. En unas ocasiones, clavaba el papel en el tablón y se iba rezongando por la plaza, pero en otras entraba en el edificio e iba gritando por los pasillos lemas revolucionarios y versículos del libro del Libertador con el fin de alentar a los residentes al cumplimiento de sus deberes. Y mientras lo hacía, iba recogiendo las cosas que se encontraba tiradas por el suelo o sobre los muebles, ya fueran restos de comida, bragas o colillas de esas hojas secas que sus correligionarios fumaban a todas horas. Cuando pasaba delante de un cuarto de baño, como siempre lo hallaba empantanado, se remangaba la camisa y los pantalones y se ponía a limpiarlo enseguida, y mientras tanto mezclaba las consignas con llamadas a la incredulidad y alegatos que pronosticaban el fiasco de la revolución. «De esto se va a enterar el Libertador», decía al concluir. Era lo mismo que acababa diciendo cuando, tras haber lavado ella sola los cientos de piezas de la vajilla, haber barrido las cáscaras, los migajones y las porcelanas rotas y haber fregado el suelo del refectorio, se asomaba a los huecos de las escaleras y los patios de luz y gritaba exigiendo más ideología y más praxis revolucionaria. En días como esos, a Igualdad no le daba tiempo de poner el documento de servicios en las otras casas donde vivían revolucionarios y se iba lamentándolo por la plaza.